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Nuestra historia

María Rosa Molas y Vallvé sigue sencillamente los pasos de Jesús en el Evangelio y funda en Tortosa (Tarragona), a mediados del siglo XIX (14 de marzo de 1857), la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. Llena sus días de amor y bondad, de servicio entregado y cercanía al hombre. Traza a sus hermanas un camino de Evangelio, que concretiza en «amar y hacer amar a Jesucristo y servirle en los pobres». Esos pobres – de ayer y de hoy – que sufren cualquier situación de las que marcan los días de una vida humana y necesitan que alguien les lleve a las fuentes de la vida. María Rosa siembra en sus escuelas, hospitales, residencias…, lo que aprendió en las páginas del Evangelio. Lo que «el Dios de toda consolación» le fue revelando en el silencio de la oración y en el corazón de sus hermanos necesitados. Atiende a los niños y jóvenes que se abren a la vida; a los postrados en las salas de un hospital; a ese cóctel de desgraciados que va del minusválido al vicioso en una Casa de Misericordia; se acerca a las cárceles; comparte su pequeño haber y su ser entero con todos los que, desprovistos de lo más necesario, se va encontrando en ese camino que va todos los días de Jerusalén a Jericó. Les dio calor de humanidad, fe y esperanza. Derramó todo el amor que tenía en el cántaro del alma. Mujer sencilla y grande fue – como la definió Pablo VI – «maestra de humanidad, que vivió el desafío humanizante de la civilización del amor». ¿Cómo lo hizo? – «Consolaba sosteniendo la esperanza de los pobres, defendiendo su vida y sus derechos, curando heridas del cuerpo y del alma; consolaba luchando por la justicia, construyendo la paz, promoviendo a la mujer; consolaba con humildad, con mansedumbre, con bondad y misericordia; consolaba con la libertad de los hijos de Dios que nada temen» – «La existencia de esta mujer impregnada de caridad, totalmente entregada al prójimo, es un anuncio profético de la misericordia y la consolación de Dios.» – «La vida de María Rosa, trascurrida haciendo el bien, se traduce para el hombre de su tiempo y para el hombre de hoy en un mensaje de consuelo y esperanza». Son palabras de Juan Pablo II en la homilía de su Canonización. Palabras que sintetizan lo que fue la vida y el estilo de ser consolación para el hombre de ayer y para el hombre de nuestros días.